Tratar de definir en este editorial la palabra comunitaria o la palabra rural anteponiendo el sustantivo medicina sería muy arriesgado para los autores y no estaría exento de polémica, dadas las distintas interpretaciones y considerando como ejemplo que quienes pretenden definir lo comunitario en otros países con distinto sistema sanitario que el nuestro parece que siempre se quedan en que lo comunitario solo es aquello a lo que no llega el Estado ni la medicina privada. En general, en estos países, al hablar de intervención comunitaria se piensa en la que se lleva a cabo con los habitantes de las zonas más periféricas o rurales1.
Citando el Informe SESPAS 2018, la medicina comunitaria tiene su espacio privilegiado en el barrio, en el municipio o en el pueblo2. Es un trabajo interdisciplinario (enfermería, medicina, trabajo social, sociología, antropología, ciencias de la educación), debe ser intersectorial (municipio, mancomunidad de pueblos, comunidad autónoma) y puede tener vinculaciones con distintos movimientos sociales, políticos, vecinales, el ecologismo, el urbanismo crítico, la ruralidad. Así, se propone en el citado informe que más que entender la intervención comunitaria como un conjunto de actividades para mejorar el estado de salud de una comunidad, colectivo y/o pueblo, se debe hablar de acciones comunitarias encaminadas a mejorar el bienestar de la comunidad, colectivo y/o población.
Conociendo las intersecciones que existen entre las acciones comunitarias y la promoción de la salud y la educación para la salud, cuya prioridad de acción son las poblaciones rurales y periféricas, nos resulta interesante, siguiendo a los autores del informe citado, la siguiente definición para medicina comunitaria: «preocupación por el poder de las personas y de las comunidades (pueblos) para hacerse cargo de sus propios procesos de salud y enfermedad a partir del reconocimiento de sus condiciones de vida y de los determinantes de estas».
Si la ruralidad en la medicina se entiende como aquella que se ejerce en el medio rural3, es el escenario perfecto para la implementación de esas acciones comunitarias. La situación de envejecimiento de las poblaciones rurales y los determinantes sociales nos sitúan a los profesionales que ejercemos en el medio rural como unos ideales abanderados de las acciones comunitarias.
Modelos basados en el de la Atención Primaria Orientada a la Comunidad (APOC), las investigaciones de Turabián y Pérez Franco o los modelos de rectificación propuestos por Mirtha Cucco nos llevan a trabajar desde un nivel básico de «consulta mirando a la calle» a una implicación total en corporaciones locales o mancomunidades rurales, con un objetivo comunitario. Podemos utilizar como ejemplo de desarrollo de lo citado el Principado de Asturias4, donde se han trabajado en todos los escenarios posibles, incluida la ruralidad y su idiosincrasia.
La Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC), a través del Programa de Actividades Comunitarias de la Atención Primaria (PACAP), nos propone trabajar con el documento Orientación comunitaria: hacer y no hacer en Atención Primaria5. En él se nos invita a ejercer una auténtica abogacía por la salud de nuestros pueblos, abrirnos a ellos no solo como sus médicos y médicas, sino con un enfoque comunitario, recomendar activos para la salud y recursos comunitarios muy bien conocidos por nuestra parte e investigar en medicina comunitaria en nuestro entorno. Y, sobre todo, nos recomienda no recurrir a medicalizar los malestares de la vida diaria, no culpabilizar a los habitantes de los pueblos por su salud y sus estilos de vida, no creernos protagonistas de los procesos comunitarios, huir del voluntarismo y no obsesionarse con las evidencias a veces escasas resultantes de nuestras acciones comunitarias.
Nuestro medio rural encaja perfectamente en estas propuestas desde la «leyenda rural» de nuestra proximidad, accesibilidad y atención continuada, tan destacada no solo en nuestro entorno6.
Siendo como somos parte de la ruralidad, consideramos que nuestro medio no está ni vacío ni vaciado, como gusta destacar en titulares periodísticos y políticos, no somos pocas las personas implicadas en dar vida y servicios al 15,9% de la población del estado que está censada en municipios rurales7. Aun así, es cierto que en las zonas rurales tenemos despoblamiento, dificultad de futuro para gente joven, extractivismo (industrial, energético, turístico, etc.), así como déficits y desigualdades, que son consecuencia de una planificación pensada desde y para la urbanidad, utilizando criterios poblacionales y de concentración, en vez de criterios basados en la igualdad de derechos y de distribución territorial.
La Atención Primaria de las zonas rurales y, en general, la nueva ruralidad emergente desean continuar siendo distintas, pero no desiguales ni subordinadas. Exigimos, eso sí, que se respeten nuestros derechos laborales, profesionales y de ciudadanía, ya que nunca hemos rehusado cumplir con las obligaciones8.
A pesar de la importante variabilidad, generalmente en nuestra ruralidad se dan las condiciones ideales para la práctica de la Medicina Familiar y Comunitaria: accesibilidad, continuidad, longitudinalidad y transversalidad, aquello que define a la Atención Primaria que al ámbito urbano le es difícil de conseguir, pero que en la ruralidad está más que asegurado. Además, con una menor presión asistencial, tenemos tiempo y sillas9, también botas y una comunidad a la que conocemos bien, que nos conoce y de la que, en muchas ocasiones, somos parte.
La formación en salud comunitaria y educación para la salud durante el período de residencia de medicina y enfermería es un elemento esencial para integrar estas competencias en el rol profesional10. Esta capacitación es uno de los aspectos fundamentales que intentamos transmitir en el rotatorio rural Medicina Familiar y Comunitaria, por otra parte, ampliamente demandada por las y los profesionales en formación.
Es fácil encontrar proyectos de atención comunitaria surgidos desde la ruralidad, en parte por ese funcionamiento comunitario propio de la Atención Primaria rural, y es imposible recogerlos todos en este editorial. Existen proyectos tan potentes como el de la Mesa de Salut Local de Miramar (Valencia)11 y el de la Asociación para la Promoción de la Salud y Medio Ambiente de la Sierra de Albarracín (Teruel)12, pero también multitud de actividades más modestas en pueblos y aldeas del estado. En palabras de Rafa Cofiño en las XXX Jornadas de Residentes de Medicina y Enfermería Primaria y Comunitaria de Asturias, «la Atención Primaria será diversa, comunitaria y feminista. O no será», y en esto la ruralidad tiene mucho que mostrar y reivindicar.
Como no podría ser de otra manera, la salud comunitaria ha estado siempre presente en todas las jornadas de medicina rural de la semFYC: fue uno de los puntos clave en la Declaración de Ávila en 2016, se han presentado experiencias y trabajos de investigación en las diferentes ediciones y en mesas como la de la Jornada de Logroño de 2019 o en talleres en la última edición en Aracena 202213.
Así pues, en la ruralidad, la actividad comunitaria es una obligación, un compromiso con «nuestra» comunidad a la que cuidamos y nos cuida.
¡¡¡Comunitaria (y ruralidad) o barbarie!!!