José Martínez López. Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. CS Vistalegre-La Flota (Murcia)
Germán Manuel Teruel Lozano. Doctor en Derecho y miembro de la Asociación de Usuarios de la Sanidad de la Región de Murcia
Para contactar:
José Martínez López: jmartinezlopez0@gmail.com
«Las fronteras reales de hoy no separan las naciones,
sino al poderoso del desvalido,
al libre del esclavizado,
al privilegiado del humillado». (Kofi Anann)
Aunque la Ley General de Sanidad de 1986, desarrollando el artículo 43 de la Constitución española, reconociera el derecho a la protección de la salud y a la atención sanitaria a todos los españoles y los ciudadanos extranjeros que tengan establecida su residencia en el territorio nacional (artículo 1.2), no reguló el derecho como un derecho de todos, sino que vinculó el acceso a las prestaciones sanitarias con el régimen de la Seguridad Social.
Esto imposibilitó durante años cumplir con el ideal de universalidad que postulaba, y produjo la desprotección de ciertos colectivos que, si bien pagaban con sus impuestos la sanidad pública, no tenían reconocido su derecho a recibir las prestaciones. Así, en 2005 se alcanzaron coberturas de financiación pública del 99,8%, aunque el Sistema Nacional de Salud solo atendía al 95% de la población (frente al 82% de 1978)1. Desde entonces, y ante una profunda y manifiesta falta de voluntad política para legislar el derecho a la protección integral de la salud, en España se ha ido logrando, poco a poco, una atención sanitaria universal parcheada2 que se intentó solucionar con la Ley General de Salud Pública de 2011, a través de la cual se incorporaron a la sanidad pública más de 200.000 personas, entre quienes estaban los parados que ya habían agotado la prestación o el subsidio de desempleo.
De aquellos polvos vienen estos lodos; los años perdidos en asentar jurídicamente la protección sanitaria pública integral a todos han permitido que quienes no creen en lo público y quienes se deben ideológica y crematísticamente a la defensa de los intereses del sector privado aprovechen los resquicios que les ofrece nuestra legislación para subvertir los valores y los fines de la sanidad pública, cambiando la equidad y la eficiencia por el lucro, y deteriorando a sabiendas el sistema sanitario para que deje de ser satisfactorio para los ciudadanos.
Tras poco más de los 2 años transcurridos desde el Real Decreto-ley (RD) 16/2012, de las muchas regresiones que ha sufrido la asistencia sanitaria en nuestro país, probablemente ha sido la pérdida de la universalización la que más ha alterado la naturaleza de nuestro sistema sanitario. Anteponer la condición de asegurado a la de ciudadano o residente ha producido la exclusión, entre otras, de las personas mayores de 26 años que no han cotizado a la Seguridad Social y de los inmigrantes no regularizados (a pesar de la Ley Orgánica de Extranjería).
La mayoría de las exclusiones han sido parcialmente corregidas con otro parcheado legislativo que no demuestra otra cosa que la insuficiencia moral, jurídica e intelectual que soporta esta medida. Pero la desprotección a los inmigrantes es, probablemente, la consecuencia más grave de todas (figura 1) porque afecta a las personas más desfavorecidas, con menos respaldo legal y sin apoyo social alguno. Y, además, se basa en una mentira institucional: el contexto de crisis económica que sufrimos no justifica esta exclusión, no ya por prevalecer el principio ético de ayuda al más débil, sino, además, porque su atención es más barata que la del resto de españoles3.
En España se estima que, en el último trimestre de 2012, el número de inmigrantes no regularizados ascendía a 400.000 personas4 y, junto al hecho objetivo de una legislación que los rechaza públicamente, han de sufrir la diferente aplicación del Real Decreto en cada comunidad autónoma5, de cada área de gestión, de cada centro sanitario y de cada trabajador o profesional que presta la atención. Las autoridades públicas no han publicitado los derechos que tienen, pero sí han aumentado las medidas disuasorias, facturándoles cuando son atendidos en las urgencias hospitalarias6, exigiendo la presentación de la tarjeta sanitaria que no se les proporciona cuando acuden a un centro de salud7 u ofreciéndoles un convenio especial con precios prohibitivos que no pueden pagar8 (figura 2).
Las consecuencias de este tipo de políticas sobre la población inmigrante pueden sistematizarse en dos grandes apartados. Por una parte, está el derecho a la asistencia sanitaria de toda persona, con independencia de su estatus legal o nacionalidad, como derecho internacional reconocido por muchos organismos entre los que cabe destacar la Declaración Universal de Derechos Humanos (artículo 25)9, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales10, la propia Organización Mundial de la Salud11 o el Comité Europeo de Derechos Sociales (Consejo de Europa), que ya advirtió al Gobierno de que el Real Decreto 16/2012 no es compatible con convenios internacionales suscritos por España en materia de atención al inmigrante12.
Por otra parte, no pueden desconocerse los efectos para la salud pública que se producen al marginar a una población susceptible de sufrir enfermedades infecciosas transmisibles13, casi erradicadas en nuestro entorno, bien porque sea portadora de las mismas, o bien porque las condiciones sociosanitarias favorezcan su desarrollo. Eliminar su derecho a la asistencia sanitaria supone dificultar el acceso a los medicamentos y a los servicios preventivos y de Atención Primaria, provoca una mayor utilización de servicios de urgencias e incrementa los ingresos hospitalarios (agravamiento o cronificación de enfermedades ocultadas o atendidas con retraso)14.
La respuesta social al mencionado real decreto viene marcada por el gran número de ciudadanos y de colectivos que se han movilizado en su contra, aunque, eso sí, dentro de un contexto más extenso, como ha sido la defensa de la sanidad pública. Se ha conseguido un frente amplio con asociaciones ciudadanas como Yo Sí Sanidad Universal, Dempeus per la Salut o la Asociación de Usuarios de la Sanidad de la Región de Murcia; asociaciones de inmigrantes, como la Red Acoge, y de profesionales, como la Asociación de Defensa de la Sanidad Pública, así como con la participación de sociedades científicas como la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC), que tiene su propio grupo de trabajo, o de movimientos socioprofesionales como la objeción de conciencia expresada con manifiestos como Sanidad para todos.
Nuestro país ha vivido una de las mayores convulsiones sociales de su historia, con miles de ciudadanos en general y profesionales sanitarios movilizándose por la defensa de la sanidad pública, y en todas estas manifestaciones han estado presentes inmigrantes no regularizados defendiendo una sanidad que les protege (figura 3). Todos hemos aprendido que, cuando se defienden los valores de lo público, «Sí se puede». Podemos y debemos preservar los principios de solidaridad, universalidad, equidad y justicia social; y los podemos y debemos ejercer en la consulta, en la comunidad, en la calle y, por qué no, en los tribunales.
Bibliografía
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