Catalina Núñez Jiménez. Servicio de Promoción de la Salud. Dirección general de Salud Pública y Participación. Illes Balears. España.
Mariano Hernán García. Escuela Andaluza de Salud Pública. Granada. España.
Para contactar:
Catalina Núñez Jiménez. catalunez@gmail.com
La infancia y la adolescencia marcan, en gran medida, nuestra vida adulta. Las personas más jóvenes están implicadas en una comunidad a su modo y viven también los efectos de la pandemia de la COVID-19. Reflexionar sobre cómo debemos ejercer nuestro papel las personas que nos dedicamos a la atención sanitaria y a la promoción de la salud en estas primeras etapas del río de la vida es siempre un reto. Ahora es crucial.
Para reducir el impacto de la pandemia ocasionada por la COVID-19, debemos facilitar el afrontamiento de la situación a la población infantil y adolescente y a sus familias. La comunicación efectiva y rápida, así como el apoyo de las y los salubristas para potenciar las medidas de autoaislamiento, distancia física, lavado de manos y protección son clave en la comunicación con toda la población¹, pero especialmente con la infancia y adolescencia.
La salud depende de la edad, el sexo o las características biológicas, factores sobre los que tenemos limitadas o nulas capacidades de influir o modificar, pero existen otros factores sobre los que sí podemos actuar, unos a nivel macroestructural y otros a nivel de la meso o la microestructura². Nuestra vivienda, barrio, el colegio de nuestros hijos e hijas, las tiendas que nos rodean, nuestro trabajo o la ausencia de este son determinantes que influyen en la salud de los chicos y chicas. Los determinantes sociales, según el peso de sus diversos niveles, pueden dar lugar a diferencias injustas y evitables; lo que denominamos inequidades en salud. Estas, aunque son evitables «aguas arriba», siguen formando parte de nuestro panorama, y en situaciones como la actual es probable que tiendan a aumentar. Además, las desigualdades en salud en la vida adulta están determinadas en parte por las circunstancias de la vida temprana.
Las estadísticas prestan poca atención a la salud de la juventud, a veces por la metodología para la agregación de los datos (edad o género), otras porque los sistemas de salud, en su obsesión asistencialista, olvidan a aquellos que precisan menos atención sanitaria. Parece como si miráramos a la infancia y la adolescencia como una etapa vulnerable, en lugar de como una etapa de oportunidades³.
Para poder pasar consulta mirando a la calle, es necesario fijarse en cómo los diferentes determinantes han incidido e incidirán de forma desigual en las familias. En la capa más exterior de nuestros sistemas sociales, encontramos el cambio que está ocurriendo en las condiciones socioeconómicas. Por contra, las condiciones ambientales derivadas de la contaminación, la movilidad y el uso masivo de los medios transporte parece que han mejorado transitoriamente con la situación actual, y esto no debe olvidarse porque es importante para el futuro y el equilibrio biológico del mundo que dejaremos a esta infancia. Las condiciones de vida y de trabajo han desempeñado un papel muy importante; son muchas las familias que han visto cómo el confinamiento se ha sumado a la pérdida del empleo, bien sea en forma de expediente de regulación temporal de empleo (ERTE), bien sea de forma total en caso de trabajos más precarios⁴.
La educación, aun siendo obligatoria hasta los 16 años y por ello universal en nuestro territorio, ha mostrado claramente las inequidades⁵, con profesorado envuelto en cierto desconcierto, volcado para llegar al alumnado de forma virtual, pero en un contexto de familias sin ordenador en casa o sin wifi ni habilidades para colaborar en las tareas de sus hijos e hijas; con una baja oportunidad de conocer el aprendizaje del alumnado, ya que las infraestructuras y los modelos pedagógico-didácticos de carácter curricular son inadecuados para la situación, y presentan respuestas desiguales en los territorios, en las escuelas e incluso en los grupos de alumnado de un mismo centro, con lo cual han surgido diferentes visiones de la justicia evaluativa y de los modelos a emplear en el desarrollo de los programas en cada centro educativo⁶.
La pandemia ofrece una oportunidad para que las personas, en las primeras etapas del río de la vida, desarrollen y perfeccionen su resistencia y adaptabilidad, y aprecien, también, el valor de la responsabilidad social y el sacrificio personal para la protección de los más vulnerables. Tenemos ejemplos de jóvenes que es necesario poner de manifiesto⁵ y validar. Debemos escuchar sus soluciones creativas y capacitarlos para utilizar sus nuevas habilidades para crear una sociedad más sólida, solidaria y conectada para un mundo nuevo, garantizando la seguridad y el comportamiento saludable (manos, distancia, mascarilla).
El tema de la vivienda⁷ ha marcado de forma clara unas desigualdades entre las familias que han influido en los menores: no es lo mismo vivir confinado en un piso de 80 m2 que en un chalet de 200 m2, en un piso compartido con otras familias o en un asentamiento. Un ejemplo ilustrado de esta influencia son los relatos contados por niños, niñas, adolescentes y adultos del barrio El Gancho de Zaragoza⁸. Hemos visto la importancia de los balcones y de poder pasear o jugar, aunque sea unas horas al día, fuera de casa.
Nuestras redes sociales y comunitarias han cambiado. Los niños, niñas y adolescentes han perdido el contacto físico o presencial con un pilar tan importante como su grupo de iguales. Hemos pasado a relacionarnos con nuestras amistades y familiares a través de dispositivos electrónicos que se han integrado radicalmente en el escenario de relación entre los chicos y chicas y en el contexto familiar⁹.
En cuanto a los estilos de vida, el confinamiento ha hecho que factores como el tabaquismo pasivo¹⁰, el sedentarismo⁵, la alimentación no saludable y el uso de pantallas aumenten de forma considerable.
Será determinante también la oferta alimentaria a las familias. El cierre de los colegios provocó que el alumnado cuya alimentación dependía del comedor de la escuela se quedará sin ella. Más lento de lo esperable se solucionó con tickets de alimentación por el importe de la beca de comedor canjeables en los supermercados, dejando la responsabilidad de la elección de los alimentos a todas las familias por igual, sin tener en cuenta las habilidades de estas para elegir una dieta equilibrada.
Otros factores que determinarán la salud de los menores son la violencia intrafamiliar (de la que tenemos pocos datos) y las pérdidas familiares a raíz de la COVID-19. El no haber podido realizar un duelo «normal» producirá, según los expertos¹¹, alteraciones en la salud mental de la población infantil y adolescente.
Pero cabe destacar que las riquezas de las comunidades se han evidenciado a partir de la solidaridad y el sustrato social que se ha movilizado por medio de redes ciudadanas en cada barrio y pueblo¹².
Por todo lo expuesto, nos preguntamos qué podemos y debemos hacer desde las consultas de pediatría de Atención Primaria para trabajar con mirada comunitaria:
Una orientación comunitaria desde Atención Primaria se puede hacer a tres niveles¹³:
1. Desde la consulta, como primer nivel podemos ampliar la mirada hacia los determinantes que influyen en cada niño o niña y en cada adolescente y en sus familias y en las desigualdades que se están generando, sin olvidar la Ley de Cuidados Inversos¹⁴, y que estas desigualdades no afectan solo a la parte no privilegiada de la población, sino que repercuten negativamente en el conjunto de personas de una comunidad, de forma que, si una sociedad es muy desigual, esta desigualdad perjudica la salud de toda la sociedad, también la de los más ricos. Por eso, ver a la persona en su contexto, como parte de la entrevista clínica infanto-juvenil, permite llevar a cabo un abordaje psicosocial y una atención integral. «Nadie diagnostica lo que no busca», y si no ampliamos nuestra mirada a la casa donde vive, al trabajo de sus padres, a su escuela o al barrio, culpar a la víctima surge con naturalidad.
2. La educación para la salud está en un segundo nivel que necesitamos entrenar, dando importancia a los medios virtuales, el uso de las redes sociales y la reconversión de nuestros recursos y habilidades educativas a formatos acordes con la realidad online, teniendo en cuenta la equidad y que nadie debe quedar atrás (brecha digital). El asesoramiento de los propios chicos y chicas a las personas adultas es fundamental⁹. Escuchar lo que los menores creen sobre la transmisión de la COVID-19 es esencial, y proporcionarles una explicación precisa que sea significativa para ellos garantizará que no se sientan innecesariamente asustados o culpables¹⁵.
3. El tercer nivel, comunitario, nos recuerda que muchas de las redes que se han generado desde la propia comunidad en barrios y municipios¹⁶ cobran especial relevancia al reconocer los activos para la salud y el bienestar que existen en nuestro barrio o municipio. Muchos centros de salud tienen su mapa de activos y sus activos seleccionados en alguna herramienta. Debemos observar y compartir estos activos generados en estos meses de crisis, analizando qué ha ocurrido, qué lecciones hemos aprendido y qué haremos en el futuro, cómo se adaptan esos activos a las nuevas circunstancias, cuáles son los más cruciales en cada etapa.
Es indispensable el trabajo intersectorial, que el centro de salud (y en este caso el equipo de pediatría) esté en contacto con todos los agentes del barrio (entidades, servicios sociales, escuelas e institutos de la zona, área de juventud, deportes, etc.) como un agente comunitario más.
Es esencial informar sobre la COVID-19 priorizando la comunicación horizontal con la infancia y en especial con la adolescencia. Los servicios de salud están experimentando demandas sin precedentes para atender a una población de pacientes predominantemente adulta, lo que aumenta la invisibilidad de las necesidades psicológicas urgentes de la infancia y la adolescencia17. Ignorar los efectos psicológicos inmediatos y a largo plazo de esta situación global sería grave, especialmente para la población infantil y adolescente, que en nuestro país son una de cada cinco personas.
Agradecimientos
A Trinidad Planas Juan, del Servicio de Promoción de la Salud de la Dirección General de Salud Pública de les Illes Balears, por la colaboración y orientación que nos ha brindado en la elaboración de este artículo.
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Fecha de recepción: 15 de junio de 2020 | Fecha de aceptación: 15 de junio de 2020 |
Editora responsable: Blanca Botello Díaz |
Melquiades
13-10-20
Desde el punto de vista de Atención primaria, pienso que deber reforzarse mas la educación sanitaria, si formamos niños y jóvenes con una buena base en salud, como usar los servicios y de que formas. Se estaría mucho mejor y nuestra sanidad en cuando a trabajo seria en conjunto bilateral y no unidireccional. Se pueden usar varias vías desde la clásica boca a boca desde la consulta hasta la mas sofisticada, medio de comunicación e internet.
Estela Cubero Lázaro
18-08-20
Me ha gustado mucho el estudio pero me hubiera gustado contar con la visión de los trabajadores sociales de los centros de salud encuestados, o por lo menos una mención en alguna parte hacia los mismos. Doy por hecho que no han participado en el estudio y creo que tienen seguro algo que decir. un saludo.
Isabel
09-07-20
Gracias